En estos dias, en donde el trabajo es poco... y el tiempo sobra... desde aca aprovecho para leer via web lo que me interese acorde al momento, y leo diarios y me enojo con mis gobernantes y me da mucha bronca TANTO egoismo y tantas injusticias... pero como dice alguien ..... siempre algo me rescata del naufragio... hoy leyendo critica digital (el diario de Lanata, muy recomendable por cierto) encontre una nota que se titulaba "las carreras de Martin" y leyendo cada palabra, mi cuerpo empezo a estremecerse y me senti chiquita, muy chiquita y ridicula... una vez mas me cachetearon, justo en estos dias.... la verdad que me bajo a la tierra leer esta historia... ya que estos dias para mis siguen siendo "raros"....
Una mañana, hace quince años, Martín Sharples despertó de la anestesia sin una pierna. Tuvo, en ese momento, un reflejo muy común: quiso moverla, dar una patada, pero no pudo. Entonces estiró la mano, tanteó las sábanas, notó el vacío. Y no mostró el menor sobresalto: ni un gesto o una puteada, nada. Martín se mantuvo serio, la barba crecida, su familia alrededor de la cama consolándolo, porque lo importante es estar con vida, esas cosas que se dicen. Martín volvió a tantear el hueco, el lugar donde debía estar su pierna y no estaba, respiró profundo y dijo lo que nadie esperaba: que él, ahora, iba a correr. Después se lo repitió a psicólogos, médicos, amigos, a todos: aunque sea con una pierna, voy a correr, les dijo. Nadie se animó a contradecirlo.
La vida de Martín funcionaba, digamos, bastante bien. Martín podía tener algunos reproches, quién no los tiene, pero la disfrutaba: jugaba al rugby en el club Porteño, se divertía en el tercer tiempo, junto a sus compañeros; amaba lo maravilloso del deporte colectivo
Pero Martín, nada; Martín dijo que iba a correr. Entonces se consiguió una prótesis barata. Y empezó, de a poco, a acostumbrarse a esa presencia ajena en su cuerpo. O sea: ya no era sólo su cuerpo, era su cuerpo y esa cosa, una pierna que no era suya, que no era carne. Además, la soledad del atleta: no estaban sus compañeros, era él corriendo, solitario, en competencia individual. Pero Martín, que es rebelde, convirtió el deporte en una militancia, su resistencia: siempre que subió a un podio, se adueñó del micrófono, reclamó mayor inclusión para los atletas discapacitados, igualdad para la mujer, premios más justos para todos.
Martín, además, comenzó a reservar su mejor preparación para la Carrera de Miguel, tributo a Miguel Sánchez, maratonista tucumano, militante peronista, poeta, desaparecido. Ahí encontró su lugar, en la Corsa de Miguel, el nombre original. Porque el homenaje nació en Italia, creado por Valerio Piccione, un periodista que no entendía cómo el deporte argentino ignoraba a ese atleta, lo hacía invisible, lo volvía a desaparecer. Una vez, en Roma, invitado por Valerio, Martín corrió como nunca. Hasta que no pudo más. La prótesis, de tan mala, se le había hecho trizas. Entonces se frenó, intentó arreglarla con unos alambres, pero no, fue imposible: su cuerpo sangraba, el dolor lo partía. A los costados le gritaban que camine, que ya estaba bien, pero Martín que no. Martín, que es terco, se arrancó la pierna ortopédica, la cargó en brazos, y a los saltos, con lo último de sus esfuerzos, llegó hasta la meta. La hazaña mereció la ovación. Martín pareció, ahí mismo, un gigante. Aquél fue el último día en que corrió con la prótesis: para una pierna de buen material se necesitaba mucho dinero. Entonces, Martín siguió compitiendo en silla de ruedas, organizándose travesías llenas de coraje. El año pasado se hizo de una bicicleta especial, un bolso y bajó desde La Higuera, en Bolivia, hasta la Plaza del Congreso, en Buenos Aires, 2.500 kilómetros entre un lugar y otro, para homenajear al Che. Lo de Martín siempre fue subirse a los podios, incomodar a dirigentes, empresarios, funcionarios. Nunca le quedó nada por decir. En la última Carrera de Miguel, por ejemplo, puso las cosas en su lugar: a Miguel Sánchez, dijo, no se lo llevaron por deportista, se lo llevaron por militante, por revolucionario. De paso, recordó que el presidente del Comité Olímpico Argentino aún era Julio Ernesto Cassanello, intendente de Quilmes durante la dictadura militar, una espina para el olimpismo. Martín se dijo, les dijo a todos, que un hombre de ese pasado no podía, no debería, representar al deporte, a los deportistas, a nadie. Un día de este año fue a decírselo al propio Cassanello. Lo hizo frente a cientos de atletas que viajaban a los Juegos Olímpicos de Pekín. Hasta que unos musculosos lo sacaron a patadas. Desde esa vez, Cassanello debió jugar a las escondidas: ni en China pudo estar en paz. Hasta que renunció. Y renunció apelando al viejo recurso de la campaña, el operativo mediático: “Tendiente –escribió en una carta– a intentar menoscabar con mentiras y falsas imputaciones el honroso apellido que mi padre me legó”. Cassanello, que no pensaba en el apellido de su padre mientras compartía actos con Videla, huyó. No pudo soportar las verdades de un atleta rebelde, los ojos firmes de un hombre de 41 años que resiste, que tiene la mirada alta. Por eso esto, contar su historia, es una reivindicación de Martín, que ahora, dice, hay que seguir peleando. Así es Martín, Martín que no se cansa nunca.
Quise resumir la nota, pero vale la pena leerla entera!....
esta nueva entrada es un modesto Homenaje a este Gran HEROE que supo encontrar la mejor manera de vivir su nueva vida, con garra y sin lamentos....
para mi Martin es un Ejemplo de vida!
un abrazo!